Una Tristeza Indecente

Mi recuerdo afectuoso y agradecido de Marcella Althaus-Reid
Por Norberto D'Amico

Supongamos que estamos en 1991. La teóloga argentina entra en un departamentito del barrio de Almagro, tapizado de margaritas anaranjadas. Calla ante el empapelado chillón, para dirigirse, atenta, a sus habitantes. “Uy, que lindo!” dice señalando con el gesto unos cajones rústicos de madera encimados con cierta gracia. Si, aquellos que habían contenido la fruta en los mercados y ahora sostienen libros apilados, pequeños cacharros mexicanos y una cruz enorme, negra, de cartón, con un triángulo rosa en el centro, que ya protagonizó su primer enfrentamiento público con la curia católica. “...frente a la Catedral, y detrás de la cruz estaba todo el movimiento...y había mujeres y trans... “ le contamos, asombradísimos.

Años después, el aroma de la fruta y el sexo de las vendedoras de limones en las calles de Buenos Aires, le servirían de inspiración para introducir la obra que tiró, en la cara de los dinosaurios, los calzones de la teología:

“¿Debe una mujer llevar bragas en la calle o no? ¿Debe quitárselas, digamos, cuando decide acudir a la iglesia, como recordatorio más intimo de su sexualidad en relación con Dios? ¿Cual es la diferencia si la mujer vende limones y, así, se los vende a usted en la calle, desprovista de ropa interior? Mas ¿Cual es la diferencia si así se sienta a escribir teología?..." se pregunta Marcella, en la introducción de su Teología Indecente, por el año 2000.

Pero todavía estamos a principios de los noventa. Marcella saca un grabador y nos anuncia que vino desde Inglaterra a hacer una entrevista: “Teología de la liberación gay”. Además de trámites, visitas familiares... “Porque sabés...? allá es otra historia...” Incansable y conversadora, formula preguntas largas, pero de una profunda coherencia. Veo el afecto, que digo afecto! el amor, en sus ojos. Y la simpatía en los de su compañero Gordon, que no entiende mucho lo que hablamos en nuestro porteño castellano, con mate de por medio, grabación, narrativa de sus aventuras por Europa, la tarea con las teólogas feministas, las cosas de nuestras vidas de “locas”.

Praxis y más praxis con las pobres mariconas de la fe, eso es lo que hacemos, Marcella... Les tiramos los calzones en la cara a los moralistas cristianos. Como harás vos. Aunque todavía no sabemos lo que estamos haciendo...

“En común, siglos de opresión patriarcal en esa mixtura latinoamericana de clericalismo, militarismo y autoritarismo de la decencia....” sigue Marcella.

El artículo volvió impreso, mucho tiempo después, con detallada narración sobre el mate y la orgullosa impronta de la tarea que realizábamos acá, acompañado, más tarde, con algunos libros de teología feminista, cartas y bastante más tarde, correos electrónicos en los que iba y venía, aparecía y desaparecía. Como siempre. Y como ahora, en el momento menos esperado...

Nada pudo el tiempo, opacar el impacto de aquel primer contacto con esa tejedora de redes, brillante confesora de extraños enunciados epistemológicos: bisexuales, queer, porteños... Su gota, desbordando el menos común de los sentidos, pero el más perpetrado, sigue calmando, apenas, mi sed.

“Si visita usted mi ciudad, Buenos Aires, trate de conocer, por favor, a las mujeres vendedoras de limones que verá sentadas en las calles de determinados barrios...”

Un hilo nos sujeta en la tristeza, hoy, de Norte a Sur, de Este a Oeste. No se si nombrarlas y nombrarlos, pero siento vibrar su pena. Te agradezco tanto, Marcella, este hilo que me ata a tu manojo de cuerpos y sexualidades, interpelados por los afanes de liberación, hechos textos de la rebelión y gestos de amistosa bienvenida a la Divinidad Queer que abraza nuestros muertos y nuestros vivos.

Como me dijo Andre Sidnei Musskopf desde su Sao Leopoldo, tras la noticia que menos queríamos leer, la que editó la tristeza de Mary Hunt en su Washington DC: “nos irmanamos nesta tristeza como sabemos fazer”.

Esta tristeza indecente, que llora de amor en la injusticia del mundo y todo lo dice en Dios.

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